Le resbalaron las manos
por paredes rugosas.
Se le quemaron los ojos
en hogueras heladas.
Gastó sus amaneceres
con el miedo de dar comienzo.
Nunca elevó la mirada
porque olvidó cómo hacerlo.
Luchaba sin fuerzas
contra la acidez del llanto.
Acumulaba silencios
en el interior de su abismo.
Y sin quererlo
alimentaba al monstruo.
Curaba heridas
sólo con la inercia del tiempo.
Maquillaba su rostro
con su cuerpo recluido.
Se despedía de la esperanza
desde su posición oscura.
Despertó de los sueños
con el letargo en la tarde.
Se perdió a sí misma
en las noches negras.
Obviaba su miedo
con su dolor silente.
Y la gigantesca mota de polvo a su lado le dice:
¡Despierta!
Y la rabia latente le susurra al oído:
¡Rebélate!
Y la voz amiga le grita:
¡Lucha!